El pasado martes 23 de junio empezaste mi querido hijito a preparar tu llegada a esta tierra. Ese día tu hermano Daniel, hacía dos años y medio que pasó por nuestras vidas. Por la mañana, al levantarme me noté demasiado húmeda, el día anterior me pasó también y me planteé si podría ser bolsa rota. Sentí, como en la canción de Tanit Navarro, como “esos mares de mi cuerpo se iban acelerando” poco a poco.
Sobre las 7 de la tarde, tumbada
en la cama, rompí la bolsa. Habíamos hablado con unos amigos para ver si podían
quedarse con Pablo, iban a celebrar la noche de San Juan, así nosotros
tendríamos un poco de intimidad y podríamos ir viendo cómo se desarrollaba el
parto. Encendí las velas de las preciosas mujeres que la Vida me ha regalado y
me puse hacer el collar con cada una de las cuentas que me habían entregado.
Nos quedamos solos, Jose y yo, disfrutando de la música y del momento tan
especial que estábamos viviendo.
“Los mares de mi cuerpo se aceleran
anunciando
la primavera se aceleran”
Cerca de las 10 de la noche
llegamos al hospital, allí nos recibió una matrona, M. José que me pasó a
monitores. Me preguntó que como había ido el embarazo y le dijimos que muy
bien, que al principio nos derivaron a alto riesgo por síndrome de down pero
que yo no me hice ninguna prueba invasiva. M. José nos dijo que estaba también
de guardia M. Carmen, la matrona que organizó al comienzo del curso pasado,
junto con otros compañeros, el curso de duelo gestacional y perinatal en el que
yo participé dando mi testimonio sobre Daniel. Para mí fue un regalo
encontrarla, poder hablar de Daniel y de cómo había trabajado mi duelo este
tiempo. Me exploró y me dijo que estaba dilatada de dos centímetros, que
descansara y que ya mañana por la mañana veríamos. Intentamos irnos a casa pero
con el medio granado positivo nos recomendaron que era mejor quedarnos.
Nos fuimos a la habitación y allí
me pusieron el primer antibiótico. La compartimos con una pareja que acababa de
tener a su primera hijita. La falta de intimidad que teníamos, junto a mi
preocupación por Pablo empezó a agobiarme un poco.
Por la mañana, vino M. Carmen a
despedirse, porque ya terminaba su turno y me dijo que la matrona que me vería
después sería Amalia, que como seguía sin contracciones tendríamos que valorar
opciones.
Jose fue a ver a Pablo y yo me
quedé en la habitación, con la otra familia y escuchando de fondo la
televisión. El panorama no era muy alentador. Menos mal que al menos podía
escuchar la música que había elegido para el parto y de cuando en cuando
tarareaba la nana que en las clases de musicoterapia había hecho para mi Gaby:
“Mi
niño, mi Gaby, mi amor, mi amor,
rayito
de luna, de sol y de amor,
te
quiero, te espero, mi Gaby, mi amor”.
Sobre la 1 vino a buscarme Amalia, una matrona muy dulce que me recordó a mi
hermana Maite y me dijo que cómo estaba y que si necesitaba algo. Le dije que
necesitaba contracciones e intimidad. Me dijo que como ya habían pasado más de
12 horas de la bolsa rota que podríamos plantearnos alguna estimulación suave
porque a partir de las 24 horas, por el riesgo de infección, habría que empezar
con la oxitocina. Me tenía que ver una ginecóloga para valorarme. Me vió Belén,
me exploró y me dijo que el cuello se estaba borrando y que una posible opción sería
las prostaglandinas (misoprostol). Yo le dije que ya las usé con Pablo y me fue
bien, así que accedí. También estuvimos hablando de mi segundo parto, yo le
dije que no quería que por mi historia se actuara por miedo.
Amalia me llevó a una sala de
monitores, pequeñita en la que por fin podía estar con algo de intimidad.
Estando allí pasó otro matrón, Juanma, que también había organizado el curso de
duelo. Fue muy amable y respetuoso y me dio una información clave: hay mujeres
que hasta que no rompen la bolsa completamente no se ponen de parto, a veces
queda alguna membrana con líquido que retrasa el parto. Parece que pudo ser así
porque todavía fui echando líquido a lo largo del día. Pude hablar con él de la
falta de intimidad y que, aunque me había trabajado mi duelo, me preguntaba a
mí misma si no me terminaba de poner de parto a lo mejor por un miedo o bloqueo
inconsciente relacionado con mi segundo embarazo. El poder hablar todas estas
cosas me ayudó mucho.
Mientras estaba en monitores,
empezaron lentamente las contracciones, cada vez que venía una me ponía muy muy
feliz. “Una menos para verte” me repetía a mí misma. A esto llegó mi querida
Jasmin, con dulzura y sencillez me acompañó y me escuchó, y a ritmo de la música
y de las suaves contracciones me fui relajando. Al rato llegó Jose, que había
estado con Pablo. Estaba bien, pero le resultaba difícil afrontar una segunda
noche sin nosotros. Mi corazón no sabía cómo poder dividirse para poder estar
plenamente con mis dos hijos. Teníamos que esperar y confiar a ver como seguía
el parto.
“Me sacuden las olas
y me dejo llevar
por
la danza ancestral y me dejo llevar”
Los monitores salieron bien y me
dieron de tregua hasta las 4. Nos fuimos a la habitación los tres. Todavía
estaba allí la otra familia, así que seguíamos sin intimidad. Dimos un paseíto
por el hospital, “parecía aquello la calle Larios” me decía Jasmin. Había mucha
gente para mí, yo solo quería silencio, recogimiento y oscuridad para “dejarme
ir” y que mi cuerpo se pudiera preparar para el parto. Me trajeron la comida y
una nueva dosis de antibiótico… ¡Yo que quería haber llegado justo para el
primer pujo…! y al final estaba teniendo todo lo contrario a lo que deseaba.
Mientras Jose iba a comer, Jasmin se quedó acompañándome. Le dije que sentía
que me estaba quedando sin parto, que para el próximo me recordara que ahorrara
para un parto en casa. En este momento me puse en lo peor que podía pasar, que
sería que al final me hicieran una cesárea. Me abandoné y confié en la Vida y
en mi hijo, si eso tenía que pasar estaríamos preparados para afrontarlo.
Mientras tenía hasta las 8 para poder intentarlo. Me puse de nuevo los cascos y
allí en la cama, separados de la otra familia por una cortinilla, me puse a
escuchar y a tararear mi música, sin importarme lo que pudiera pensar de mi la
otra familia y con la mirada y compañía cálida de mi querida Jasmin. Cuando
llegó Jose, ella bajó y me compró un delicioso chocolate negro que me supo a
gloria. Al poco tiempo, se fue a casa a descansar y a reponer fuerzas para la
tarde.
Nos quedamos Jose y yo. De nuevo
teníamos que ir a monitores. Juanma el matrón, amablemente nos llevó de nuevo a
esa salita pequeña, incluso me llevó la pelota, por si quería usarla. Allí con
la luz apagada y con la música mi cuerpo iba celebrando cada una de las
contracciones que iban llegando. El monitor salió estupendo y me dieron
“tregua” hasta las 8. Ahora nos podíamos ir a la habitación, por fin la otra
familia se había ido y estaríamos solos. Antes de llegar a la habitación, me llama
mi madre y me dice que está, con mi padre y mi hermana Alba, aparcando en el
hospital. No podía creérmelo, ahora podía estar plenamente serena. Ahora podía
estar plenamente tranquila, sabía que Pablo iba a estar feliz pasando, la
segunda noche sin nosotros, con sus abuelos y su tita. Subieron, me abrazaron, tomé
de mi padre su fortaleza, de mi madre la fuerza de todas las mujeres de mi
familia. Me dio su escapulario de la Virgen del Carmen. Y de mis hermanas su ternura y sus dos preciosas
cuentas, ahora mi collar estaba completo. Incluso trajeron a Pablo a la
habitación. Lo pude ver, hablar con él, abrazar y ver lo contento que estaba
con el apoyo y seguridad de su familia. Me sentí muy, muy feliz. Ahora sí que
estaba todo bien, ya podía parir libremente y poner mi mirada y mi corazón sólo
en mi pequeño nuevo tesoro, que me esperaba “al otro lado de la piel” y me necesitaba
a mí, para poder emprender con éxito el primer gran viaje de su vida.
De nuevo, Jose y yo y ya solitos
en la habitación. Pudimos mirarnos, susurrarnos, dar gracias a Dios y a la Vida
por tanto amor recibido. ¡Teníamos tiempo, mucho tiempo para estar tranquilos y
solitos, hasta las 8 no vendrían a buscarnos! Las contracciones iban
floreciendo a ritmo de la música que nos seguía acompañando. La cercanía y
calor de mi amor y compañero de camino, el poderme mover y cambiar de postura
en la habitación, la pelota que el matrón nos había dado hacían que las
contracciones, cada vez más fuertes, fueran más llevaderas.
“Me dejo morir, me dejo caer, me dejo
sentir, me dejo ser, nacer, vivir.
La tierra me da fuerza late dentro de mi.
Soy volcán soy la vida que ya quiere salir”
A las 7 le dije a Jose que quería
ir a que me vieran. Llegamos a la sala de monitores y preguntamos por Juanma,
nuestro matrón. Estaba ocupado en ese momento, me dijo una matrona, y que si
quería, ella me podía explorar mientras. Le dije que si. Estaba con dinámica de
parto, con una dilatación de 4, ya podía quedarme en el paritorio. Me llevó al
mismo donde hacía seis años había nacido mi pequeño Pablo, cuantos hermosos
recuerdos. Al llegar me senté en la sillita de parto de madera, yo había puesto
en mi plan de parto que quería, si había posibilidad, parir allí. La matrona,
Caro, me preguntó si quería usar la pelota. Le dije que si. Vi unas colchonetas
y tímidamente le pregunté si podía usarlas, me dijo que si. Caro, se sentó a mi
lado y empezó a hablarme. Me dijo que Juanma le había contado mi historia con
mi segundo hijo. No podía creerlo, de nuevo, podía hablar de Daniel. Le conté
un poco y ella me contó que una amiga suya le había contado una historia muy
muy similar. Le dije que por favor me diera su contacto, que quería conocerla e
invitarla a los grupos gratuitos de apoyo al duelo. Me dijo que le iba a
escribir en ese mismo momento a su amiga, se llamaba Sofía.
Qué tremenda coincidencia, su
amiga Sofía de la que me habló, era también mi amiga Sofía. La historia que
ella conocía era la de mi pequeño Daniel. No daba crédito. Tanta coincidencia,
no podía ser casual. Sentí como un guiño del cielo, un pacto entre almas.
Daniel, mi segundo hijo, bendecía desde el cielo el nacimiento de su hermano.
Caro me contó que ella se
dedicaba, con su equipo, a atender el parto en casa y que había atendido el
precioso parto de mi amiga Sofía y que, su segundo hijo, de la edad de Daniel,
también había nacido en un parto en casa. Me dijo que estaba allí en su segundo
día y último de contrato y que a las 9 terminaba el turno, pero que estaba
feliz de haberme conocido.
En mi corazón no cabía ya tanto
AMOR… Yo seguía en la colchoneta, sentada en la sillita de madera y junto a la
pelota. Caro me dijo que iba a ir a buscarme una pelota de mi tamaño. Me puse
de rodillas. Jose estaba detrás de mí, se sentó en la sillita de parto. Las
contracciones cada vez venían más fuertes. Seguía en el suelo y me apoyaba en
la pelota con cada una de ellas. Cuando llegó Caro, a los pocos minutos, le
dije que tenía ganas de empujar. Tranquilamente me dijo, empuja, y se vino
rápidamente hacia donde yo estaba. En tres pujos, intensos, profundos y a la
vez suavitos, nació mi tercer tesoro, Gabriel. Ella lo recibió por detrás de mí,
nos dijo que venía con membrana, con la bolsa todavía. Y me lo dio por debajo
de mis piernas, cuanta suavidad, cuanto derroche de ternura... Con la ayuda de
Jose, cortó el camisón que llevaba, que no me había dado tiempo a quitarme. Y
así, Gaby y yo, nos fundimos en nuestro primer pequeño gran abrazo. Es difícil
para mi explicar con palabras todo lo que sentí en ese momento. Eran las 7:55
de la tarde, del día 24 de junio.
Poco antes, Jose había avisado a
mi familia y a Jasmin para que se vinieran con calma, nadie podía imaginarse
que todo iba a ir tan rápido en el último momento. Cuando llegaron, ya Gaby
había nacido. Me emociono al recordar la cara de Pablo al ver a su hermano.
“Dos luceros que brillan desde el fondo del mar
han llegado a la orilla de un nuevo
despertar”
Muy bonito el nacimiento de Gaby. Realmente parece no existir la casualidad sino que todo fue sucediendo como tenía que suceder. 1000 gracias x compartirlo.
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